viernes, 18 de septiembre de 2015

UN NIÑO EN UNA PLAYA

UN NIÑO EN UNA PLAYA

Si, un niño cualquiera en una playa cualquiera es lo que, debo reconocer a fuerza de ser honestos, nos tiene desde hace días un tanto apesadumbrados o por lo menos un tanto inquietos y, por qué no decirlo, bastante indignados. Desde que se publico la fotografía captada por la reportera Nilüfer Demir la madrugada del 2 de septiembre en la costa del distrito de Akyarlar Bodrum en Turquía de un niño varado en la orilla solitario y sin otras caricias que las de las olas  ha sido como que en alguna medida hemos despertado nuestras conciencias hacia algo que no es nuevo ni mucho menos, que está como quien dice en nuestras propias narices y que nos empeñamos en obviar mirando hacia otro lado.

Mirando hacia otro lado, sin duda ninguna, prisioneros de nuestra cobardía e inducidos por ese discurso rancio y mezquino de muchos de nuestros políticos que nos vienen machacando con el que vienen a quitarnos nuestro trabajo, que aquí viene lo peor de lo peor, que la gente que viene no nos trae más que problemas, etc. etc. Como si los problemas que aquí han sido y son estuviesen motivados por la llegada de inmigrantes y refugiados. Como si las listas de espera fuesen debidas a la llegada de todos estos desdichados, masacrados por las circunstancias de guerra y explotación  que se han encontrado en sus países.

Sin duda ninguna nos indigna la impresentable periodista Petra Lászlo  zancadilleando y dando patadas a diestro y siniestro a niños y refugiados que con lo puesto huyen, corren, intentando avanzar, aunque solo sea unos metros, para acercarse al objetivo de un lugar en Europa donde puedan rehacer su vida, si es que lo que les queda es vida. Nos indigna sobre manera todos esos políticos que cambian su postura un día sí y otro también respecto a esta situación de los refugiados sin importarles aparentemente que estemos ante el peor éxodo que se ha dado en Europa desde la segunda guerra mundial.  

Nos hemos preguntado estos días más de una vez cuál hubiese sido la postura de los políticos de turno, de nuestros políticos, si no hubiésemos estado a las puertas de  elecciones, si la gente de la calle no se hubiese movilizado porque, si habiéndose dado estas circunstancias, pasan los días reuniéndose para ver cuando se vuelven a reunir  para ver que es lo que deciden mientras miles y miles de personas son tratados como animales. Si, tratados como animales pues basta ver las imágenes de cómo se hacinan en los trenes, cómo les lanzan la comida, cuando les dan, con bastante menos miramiento que como se le echa un mendrugo de pan al perro del vecino. Basta ver como se juegan la vida, los que han conseguido sobrevivir en las precarias lanchas en su travesía marítima, intentando traspasar las concertinas que se han colocado para impedirles su caminar hacía su objetivo. Sí, sí, las mismas concertinas que estamos hartos de ver intentar saltar a quienes vienen a este país por el sur. Por cierto, unas y otras son made in Spain. La empresa española European Security Fencing, ubicada en Málaga, es la que ha vendido las concertinas a Hungría, según confirmó creo que fue el periódico  El Mundo. Porque, esa es otra, los refugiados vienen y las armas de la UE y EEUU van. Es un hecho que tanto la UE como EEUU venden armas a países implicados en la guerra de Siria.

Nos indigna ver como hipócritamente y cuan plañideras a sueldo nos echamos las manos a la cabeza ante este drama humanitario como si hasta ahora los europeos hubiésemos cumplido con los deberes de justicia y humanidad hacia los pueblos que llaman a nuestras puertas agotados en su indigencia.

¿Somos capaces de pensar qué es  lo que pasa por la mente humana, cuál es su sufrimiento, cuando uno tiene que huir sencillamente para no morir y al mismo tiempo en un momento, se muere de miedo y angustia al ver que minutos antes de tocar tierra sus pateras se hunden?. Sencillamente me avergüenzo de esta Europa  que todavía no se ha enterado que acoger a personas que huyen de una guerra no es sólo un acto de caridad, sino una obligación legal según los tratados internacionales suscritos por la mayoría de países del mundo. Me avergüenzo de pertenecer a esa Europa a la que pertenecen países que emplean gases lacrimógenos contra los refugiados en sus fronteras.

Como demócrata me avergüenzo de ver cómo las democracias europeas no tratan a las víctimas como lo que son, es decir, como víctimas. Con frecuencia sus gobernantes les tratan como delincuentes, apestados, prisioneros o invasores. A esta Europa que tiene capacidad social y económica más que suficiente para acoger a los refugiados lo que le falta es capacidad política e incluso voluntad en muchos casos para hacerlo.

Cada vez que en uno u otro medio veo la fotografía de Aylan tumbado en la orilla de la playa, como si estuviese dormido, echo en falta el cubo y las palas para jugar con la arena. Porque me pregunto qué hace un niño en una playa solitario sin un cubo y una pala. Y me pregunto también y me gustaría preguntar a todas las personas que me cruzo por la calle, en el bar, en el supermercado, etc. has visto la foto de Aylan? ¿por un momento se te ha pasado por tu imaginación que ese niño al que no se le ve la cara podría ser tu nieto, o tu hijo? ¿has tenido la valentía de hacer una especie de photoshop físico y has puesto la cara de tu nieto, de tu hijo en la cara de Aylan? ¿deseas olvidar esa foto porque te parece desagradable e incluso piensas que ese tipo de fotografías no deberían publicarse ni difundirse con tanta insistencia en todos los medios de comunicación? ¿en el mejor de los casos necesitamos fotos de niños muertos para indignarnos por los refugiados? Si es así es que sencillamente  nunca nos importo el problema y no nos importará hasta que nos apriete nuestro propio zapato. Es posible que entonces sea demasiado tarde. En el fondo uno piensa que sencillamente nos falta valentía, que nos sobra egoísmo y que somos capaces de dar los mil y un argumentos con tal de no encarar el problema sencillamente porque vemos este como muy lejos cuando realmente está en nuestras propias narices.

Ah, me olvidaba el niño Aylan de la fotografía tumbado en la playa está muerto, no está dormido, por eso no necesitaba cubo ni pala para jugar con la arena. Sencillamente necesitaba vida.
José Luis Ochoa