lunes, 24 de septiembre de 2012

LA SOLEDAD DE LA PALABRA

LA SOLEDAD DE LA PALABRA
Estos días comentan los medios de comunicación cómo el gobierno portugués –Portugal, lo mismo que Irlanda y Grecia es un país rescatado hace ya un tiempo por lo que tal vez nos pueda servir aquello de cuando las barbas del vecino veas pelar… - debido a las presiones de la calle, de alguna manera, ha dado marcha atrás en los últimos recortes.
Aquí, aunque uno no sabe cuando seremos rescatados,  estamos en vísperas de vislumbrar los duros presupuestos generales para el año próximo y tal vez podamos predecir algo en la línea de más recortes para el 2013. Mientras, como no sé quién era el que decía el otro día,  “la constitución se la están cepillando todos los días”. Hora con un proyecto de ley de educación centralizadora, hora con un negarse a hacer ningún otro planteamiento que no sea lo que yo quiero que para eso tengo mayoría, etc. Uno piensa y se plantea muchas dudas al tiempo que se pregunta: ¿y aquí qué seremos capaces de hacer?
Y a uno le entran muchas dudas pues según van pasando los meses –ya años- enfangados en esta crisis multidisciplinar observa cómo la ciudadanía, los rompezapatos como uno acostumbra a autodefinir a los ciudadanos de a pie, estamos pasando de aquel ”aquí la crisis no será para tanto”  “bueno si hay que ajustarse el cinturón para solucionar el tema del déficit y así salir de la crisis, pues qué le vamos a hacer, habrá que hacerlo” “claro es que hemos derrochado lo que no teníamos”. En fin justificaciones, resignaciones y un aceptar los recortes por miedo, como diría el economista San Pedro. El miedo hace que no se reaccione ante situaciones y hechos alarmantes y de una gravedad tremenda por las repercusiones que tendrán ahora y en el futuro. Tal vez hemos estado demasiados años entre una cosa y otra acostumbrándonos a creernos lo que nos decían y ahora nos resulta difícil entender que lo normal es que nos engañen un día sí y otro también y que nos oculten todo lo que les da la gana se llame administración central, autonómica o municipal.
Que están creando las condiciones para una sublevación ciudadana es evidente y lo saben. Pero también saben que existe el miedo en la ciudadanía y que todavía son muchos los que les creen porque en el fondo se niegan a admitir que se han equivocado al elegirles porque no quieren reconocer que les mintieron, que les engañaron cuando ven que han hecho todo aquello que les prometieron no iban a hacer.
Los políticos quieren seguir haciéndonos ver que los partidos, sus partidos, son los únicos intérpretes de la voluntad popular. Y eso no es cierto. Y sobre todo saben que cuando se invita a participar a la gente en el quehacer político, porque se entiende que efectivamente ellos no son ni muchos menos los únicos ni los mejores intérpretes de la voluntad popular, la gente de a pie rehúye la invitación por comodidad, porque entiende que con votar cada cuatro años ya es suficiente, en fin por lo que sea, o simplemente porque queremos estar tranquilos.
Pero claro, mientras estemos tranquilos esto no tiene arreglo. O la ciudadanía se organiza, participa y se enfrenta al otro poder con programas, con soluciones, con otras formas de hacer las cosas o esto no tiene remedio. Cuando no se quiere escuchar ciertas cosas no hay solución. Cuando uno huye de participar como huye el gato escaldado del agua aunque esta esté fría y te dicen o por lo menos lo piensan “que participe tu padre” porque yo prefiero ver futbol o hacer lo que sea, esto tiene difícil solución.
Nos creemos que con hablar en petit comité, en nuestro círculo de amigos y conocidos, si es que se hace,  es suficiente. Esto es un error. La sola palabra sirve de muy poco. Hay que enviar el escrito, la solicitud, la queja o lo que haga falta a donde está el poder para que este se mueva, para que este cambie su forma de actuar o por lo menos para que este se entere que estamos hasta las narices. De lo contrario estamos dejando en soledad seguramente a más de uno pero sobre todo estamos dejando en soledad a la palabra y la sola palabra hoy día con la que está cayendo sirve para muy poco.
Con la soledad de la palabra no se arreglan las cosas. La trampa del miedo hace que no reaccionemos y cobijarnos en la sola palabra sin actuar es condenarnos para siempre. La soledad de la palabra es muchas veces simplemente silencio.
José Luis Ochoa