EL
CANCER DE LA DEMOCRACIA
De las
distintas acepciones que a la palabra cáncer le asigna el diccionario de la
lengua española, en esta ocasión , con el fin de que se entienda lo que
queremos manifestar en los siguientes renglones, nos quedaremos con aquella en
que define cáncer como algo maligno, tumor creo que denomina, que invade y
destruye. De ese algo maligno que destruye la propia democracia es de lo quiero
comentar algo en esta entrada.
Es verdad
que aunque uno no sabe si ha sido intencionadamente por parte de no sé quien o
quienes o si ha sido como fruto de la propia inercia del pasar de los meses sin
que llegasen soluciones ni mejorías, más bien al contrario se han ido pasando
los meses transitando por caminos y
senderos sin discontinuidad el “de mal en peor”, pero aquí cuando hablamos de crisis
parece como que nos refiriésemos exclusivamente al tema económico. Grave error
pues esta crisis si algo tiene es que es sistémica y ya, como consecuencia de
ello, a estas alturas de la película, con demasiada frecuencia, percibimos
distintas desafecciones, distintas indiferencias, en la ciudadanía. Desafecciones
hacia los políticos en general, desafección y dudas en el sentido de que aquí y
ahora haya alguien capaz de solucionar esto ni de incluso mejorarlo. Parece que
se está instalando en la ciudadanía el “esto no tiene solución”. Y esto nos
preocupa.
Que esta
crisis se va a llevar por delante cosas mucho más graves, por su incidencia en
el futuro de este país, que la situación económica es indudable, aunque a veces
nos cueste verlo. Por supuesto que no hacía falta de que aterrizase en nuestra
sociedad esta crisis que desde años atrás nos está ahogando para ver, con
excesiva frecuencia, a algunos ciudadanos que creían su deber suficientemente cumplido
con la democracia con el hecho de acercarse a emitir su voto cada cuatro años.
Pero uno percibe que se están dando pasos hacía la apatía política muy claros últimamente
y sobre todo en según qué sectores de la sociedad, en según qué grupos de
ciudadanos. Estamos olvidándonos, no sé si como fuese una huida hacia adelante,
de que si uno no gobierna su casa, otros de fuera vendrán y se la gobernaran a
uno y entonces lo de quejarse si que no servirá para nada. Cuando el ciudadano
reniega de alguna manera de sus obligaciones como ciudadano tiene garantizada
su vivencia actual y su futuro al pairo de lo que desee, haga, diga y decida
quien ha llegado de fuera.
Cuando
escuchamos preguntas similares a ¿cómo es posible que estén
gobernando…..fulanito o menganito? uno casi siempre se contesta algo parecido a
“por dejación política del personal”, porque no nos preguntamos en su momento
porqué optamos por una opción u otra. Cuando votamos y nos olvidamos de todo y
raramente nos preguntamos o nos interesamos por lo que hacen aquellas personas
a quienes hemos votado, algo grave estamos haciendo de cara al futuro con esa
manera de actuar y de despreocuparnos. A veces criticamos más fácilmente a los políticos a nivel nacional e incluso
provincial que a los políticos locales cuando las más de las veces nos interesa
prioritariamente, porque nos afecta de manera más cercana, lo local.
Esto es
lo que entendemos por cáncer de la democracia. El cáncer que como tumor maligno
está invadiendo nuestros comportamientos y que si esto no cambia destruirá la
democracia y al final la “solución”, si es que llega, será mucho más dura,
mucho más virulenta.
Que el
bipartidismo ha sido bastante nefasto hasta este momento en este país, desde
nuestro punto de vista, está clarísimo. El bipartidismos ha sido y sigue siendo
bastante deficiente como motor del crecimiento democrático. El
bipartidismo es una fórmula cómoda para el mejor control de los que tienen el
poder real, es decir, el económico. Vivimos unos tiempos en los que la libertad
como facultad de decisión de las mayorías de los pueblos se está mermando continuamente
y vemos como a veces las decisiones las toman unos pequeñísimos grupos de
personas y entendemos que muchas veces no precisamente son las más capacitadas.
Vivimos día día observando que los comportamientos democráticos son las más de
las veces mera fachada y observamos demasiados dirigentes con escaso
convencimiento democrático o al menos esas son las conclusiones a las que nos
vemos avocados cuando vemos sus comportamientos.
Acabamos hace unos días de vivir una huelga general, la
segunda desde que la mayoría del PP está gobernando este país. Al margen de las
guerras de cifras, uno vislumbra que algo está pasando en esta piel de toro.
Que los sindicatos de este país tienen que cambiar, que tienen que adecuarse a
las circunstancias que estamos viviendo es más que evidente. Que quienes
gobiernan parecen de alguna manera interesados por lo menos en que la fuerza de
los sindicatos quede lo más reducida posible es igualmente evidente. Que hoy
tiene mucha más fuerza de convocatoria esas asociaciones y agrupaciones multidisciplinares
también es evidente. Que el personal, la ciudadanía no se “fía” demasiado de
partidos y sindicatos es asimismo evidente. Igualmente es evidente que
últimamente es la gente en la calle, y no precisamente convocada por los
partidos políticos ni por los sindicatos, la que poco a poco está consiguiendo
avances. Estamos convencidos que sin la gente protestando en la calle el tema
de los desahucios no se hubiese comenzado a mover. A veces yo pienso que intentan engañarme pues
hace poco tiempo para los socialistas era imposible arreglar la ley de
desahucios. Ahora hasta dicen pedir perdón por su actuación en el pasado
reciente. La tensión social está comenzando a desbordar a la política. La
presencia en la calle de los ciudadanos parece que es lo único que funciona
ahora. El ciudadano se está moviendo.
Esta es ahora
mismo nuestra esperanza. Esta es la medicación que pensamos necesita la señora
democracia, actualmente bastante enferma, para que no se la lleve por delante
el cáncer de la apatía política, de la despreocupación por el quehacer de los
políticos e incluso la despreocupación por el quehacer de los políticos más
próximos a cada uno de nosotros. Cuanto más tardemos cada uno de nosotros en administrarnos el
medicamento más en peligro estaremos poniendo
la propia subsistencia de la democracia y como consecuencia ineludible de
ello, el futuro, nuestro futuro y el de los nuestros.
No somos
ácratas ni mucho menos pero al mismo tiempo que pensamos es urgente que
partidos políticos y sindicatos de este país cambien profundamente y muchos de
sus dirigentes desaparezcan de la escena política para siempre, es necesario y
mucho más urgente que cada uno de nosotros atajemos el cáncer de la democracia.
Cualquier
cosa que merezca la pena hay que luchar para conseguirla. Nadie nos va a
regalar nada, seremos lo que seamos capaces de hacer nosotros mismos. El futuro
es un logro, no es un regalo.
José Luis
Ochoa