ESCLAVOS
DE LA SEÑORA
Es ya muy habitual palpar en la
calle esa mezcla de desánimo y de impotencia que lleva al ciudadano a una falsa
resignación que se suele definir como “aquí no hay nada que hacer y esto no hay
quien lo arregle”. Cuando desde hace tiempo y día tras día a penas el sol, con nubes o sin
ellas, rasga la tela obscura de la noche llamándonos todas las mañanas a cada
cual a nuestra tarea, nos encontramos aturdidos por el sucederse de las
noticias de corrupción y mentiras que
abrazan este país, parece que es
obligado opinar sobre ello. Sí, opinar sobre la propia corrupción de nuestros políticos
y sobre la decepción a la que parecen conducirnos de manera ineludible los numerosos
comportamientos indeseables del personal. Corrupción de quienes ostentan algún tipo de poder y decepción de la ciudadanía que se están añadiendo de
manera muy peligrosa a esta virulenta y sistémica crisis que estamos
padeciendo.
Sin embargo hoy no va exactamente
por esos derroteros mi comentario. Uno entiende que es más que suficiente cuanto
estos días desde todos los medios de comunicación nos bombardean con este tipo
de noticias de corrupción y mentiras a destajo que, por otra parte, sin
restarle un ápice de importancia a la gravedad de la situación, debemos
reconocer están sumiendo a esta sociedad en la desconfianza y lo que es más
grave tal vez en la inoperancia, preñada de esa mezcla de resignación e
indignación, de un sector, demasiado importante
de la ciudadanía. Nos está faltando fe en nosotros mismos porque unos y otros
nos la están intentando quitar a dentelladas como si fuesen hienas salvajes
hambrientas y sin ningún tipo de escrúpulos, pero que saben perfectamente qué
es lo que hacen y qué es lo que quieren conseguir. A algunos les está
comenzando a faltar la fe en la democracia porque hay quienes engañándonos sin
ningún tipo de miramiento día tras día con sus actuaciones nos están diciendo
que solamente creen en la democracia cuando se trata de coger los votos que les
auparan a la poltrona del desmadre, de la corrupción, del engaño y desde la que
poder medrar sin importarles lo más mínimo los ciudadanos.
Y entre tanto y al mismo tiempo
uno observa cómo poco a poco, o tal vez más deprisa de lo que pensamos, nos
estamos enamorando de la señora. Nos estamos enamorando de esa señora que sin
duda ninguna está de muy buen ver y por la que aparentemente no pasan los años.
Nos estamos enamorando de esa señora porque además de estar de buen ver va
vestida con los lujosos trajes de la comodidad, del no complicarnos la vida,
del nunca pasa nada, del ya lo arreglaran los otros, del siempre es igual, del
este tema no va conmigo, del eso es cosa de los políticos, del ayuntamiento, etc.
etc. Una señora que no nos exige más que que nos dejemos ir y por tanto nos
encontramos muy cómodos con esa relación, con ese enamoramiento. Esa señora no
es otra que la apatía a la que estamos abrazados cuando se trata de analizar
cuanto está sucediendo a nuestro rededor. La apatía que define el diccionario
como falta de ánimo, dejadez, falta de vigor y de energía. Últimamente observamos con gran preocupación que
esta señora comienza a campar a sus anchas pavoneándose con su esbelta figura.
Y esto con la que está cayendo es tremendamente grave. Es tremendamente grave
para la propia democracia. Aquí ya no vale “otros lo harán” o el “qué voy a hacer yo”, mientras miramos para
otra parte.
No sé donde leía esta mañana que
lo que está ocurriendo en este país, en estos nuestros pueblos y ciudades, no
pasó ni en la cueva de Alí Babá. Es cierto que en gran medida ya no creemos en
la clase política que se prodiga por estos lares. Y uno personalmente, entre
otras cosas, y en gran medida no cree en la clase política de este país porque
los dirigentes de los partidos políticos no acaban de comprender que el
problema de la corrupción atenta contra el propio sistema democrático. Que los
derechos civiles y los derechos sociales están pasando de estar en peligro a
ser parte de la historia y del pasado es más que evidente. Es asombroso lo que
aguanta el personal y cada vez somos más los que pensamos que esto tiene que
explotar de una u otra manera por algún lado.
Pero hoy queremos poner nuestra
preocupación en ese enamoramiento de la señora apatía que está esclavizando a
una gran parte de la ciudadanía, de nuestros convecinos. Es posible que al pecado
nacional de este país de la envidia se esté añadiendo el de la pereza, el de la
falta de fe y compromiso de un sector de la ciudadanía, pero a mí lo que más me
preocupa hoy es esa señora. Me preocupa la apatía, la despreocupación por parte
de la ciudadanía de cuanto acontece en nuestra comunidad, en nuestro pueblo, en
nuestro ayuntamiento. Hemos dejado demasiado libres a los políticos y durante
demasiado tiempo permitiéndoles hacer lo que les venía en gana y ahora tenemos
que ser los ciudadanos los que nos pongamos el buzo de faena si queremos
regenerar esto. Tendremos que estar al loro de qué hace y cómo lo hace esa
administración que está gobernada por políticos profesionales o no pero a los que
tenemos que controlar si no queremos vernos sorprendidos con cualquier tipo de
desaguisados. Y eso sí, quienes han degenerado esto, partidos políticos o políticos
de turno, no esperemos que lo van a regenerar. Mucho menos lo van a regenerar
si los ciudadanos, los vecinos, pasamos del rollo, si nos despreocupamos de los
temas y de cuanto acontece en nuestras propias narices por estar enamorados de
esa señora llamada apatía.
La apatía nos esclaviza, nos
quita argumentos para la exigencia y, lo que es más importante, ella marcará el
futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos.
De momento yo no pienso enamorarme
de esa señora. No me gusta la esclavitud. Hacerse cada día más ajeno de las
cosas es permitir que otros tumben los andamios de la democracia. Defendemos la
libertad y la democracia y sinceramente pensamos que ambas son incompatibles con esa señora. Nuestro futuro no es posible
conquistarlo siendo esclavos de la señora.
José Luis Ochoa